Une géneration perdue
A continuación, un fragmento de A MOVABLE FEAST (En español: París era una fiesta) donde Hemingway se refiere al término de Generación Perdida que salió a
colación en un diálogo con Gertrude Stein, mientras vivían en París:
“Estábamos de vuelta del Canadá y vivíamos en la rué
Notre-Dame-des-Champs y Miss Stein y yo éramos todavía buenos amigos, cuando
ella lanzó el comentario ese de la generación perdida. Tuvo pegas con el
contacto del viejo Ford T que entonces guiaba, y un empleado del garaje, un
joven que había servido en el último año de la guerra, no puso demasiado empeño
en reparar el Ford de Miss Stein, o tal vez simplemente le hizo esperar su
turno después de otros vehículos. El caso es que se decidió que el joven no era
sérioux y que el patrón del garaje le había reñido severamente de resultas de
la queja de Miss Stein. Una cosa que el patrón dijo fue:
«Todos vosotros sois une génération perdue»
-
Eso es lo que son ustedes. Todos ustedes son
eso – dijo Miss Stein -. Todos los jóvenes
que sirvieron en la guerra. Son una generación perdida.
-
¿De veras? – dije.
-
Lo son – insistió-. No le tienen respeto a
nada. Se emborrachan hasta matarse…
-
¿Estaba borracho ese joven mecánico? –
pregunté.
-
Claro que no.
-
¿Usted me ha visto alguna vez borracho?
-
No. Pero sus amigos son unos borrachos.
-
A veces me he emborrachado – dije – Pero no
la visito a usted cuando estoy borracho.
-
Desde luego que no. No dije eso.
-
El patrón de ese muchacho estaba
probablemente borracho a las once de la mañana – dije – Así le salen de hermosas
las frases.
-
No me discuta, Hemingway – dijo Miss Stein –
No le hace ningún favor. Todos ustedes son una generación perdida, exactamente
como dijo el del garaje.
Cuando, luego puse las palabras del garajista referidas
por Miss Stein como epígrafe de mi primera novela, procuré equilibrarlas con
una cita del Eclesiastés. Pero aquella noche, mientras caminaba de vuelta a
casa, pensé en el muchacho del garaje y me pregunté si alguna vez le habrían
transportado en uno de aquellos vehículos que reparaba, precisamente en un Ford
T cuando los tenían convertidos en ambulancia. Me acordé de cómo se quemaban
sus frenos bajando por las carreteras de montañas con toda una carga de heridos
hasta que para frenar había que poner la primera y finalmente la marcha atrás,
y de cómo los últimos ejemplares que quedaban fueron despeñados por una
pendiente, vacíos, para que tuvieran que reemplazarlos por grandes Fiat con
buenos cambios en H y con frenos metálicos
Pensé en Miss Stein y en Sherwood Anderson y en lo que
significan el egoísmo y la pereza mental frente a la disciplina y me dije:
¿quién trata a quién de generación perdida? Y cuando llegué a la altura de la
Closerie des Lilas y la luz daba en mi viejo amigo, la estatua del mariscal Ney
blandiendo la espada con las sombras de los arboles en su bronce, y allí estaba
él solito y nadie seguía su avance y en menudo fregado se metió en Waterloo,
pensé que todas las generaciones se pierden por algo y siempre se han perdido y
siempre se perderán, y me senté en la Closerie para hacer compañía a la estatua
y me tomé una cerveza muy fría antes de volver a casa, al piso encima de la
serrería. Pero mientras me estaba allí sentado frente a mi cerveza, mirando la
estatua y pensando en los muchos días que Ney pasó peleando en retaguardia en
la retirada de Moscú, cuando Napoleón ya había tomado la delantera en el coche
de Caulaincourt, me acordé de que Miss Stein había sido una amiga buena y
cariñosa y qué hermosas cosas decía de Apollinaire y contando su muerte en el
día del armisticio en 1918 cuando la multitud chillaba por la calle ‘A bas
Guillaume’ y Apollinaire en su delirio creía que iba por él y me dije, voy a
hacer cuanto esté en mi mano por serle útil y para que se den cuenta que ha
escrito cosas muy buenas y lo haré siempre con la ayuda de Dios y de Mike Ney. Pero
al cuerno con sus sermones de generación perdida y con toda la porquería de
etiquetas que cualquiera puede ir por ahí pegando. Cuando llegué a casa y crucé
el patio y subí las escaleras y me encontré a mi mujer y a mi hijo y a F. Puss
que era el gato de mi hijo, todos contentos y con fuego en la chimenea, le dije
a mi mujer:
-
Sabes, Gertrude es una buena mujer, al fin y
al cabo.
-
Claro que lo es, Tatie.
-
Pero a veces dice la mar de disparates.
Nunca la he oido hablar - dijo mi mujer - Yo soy una esposa. A mí me da conversación su amiga.»