lunes, 1 de noviembre de 2021

EL SIGNIFICADO DE "EL GUARDIÁN ENTRE EL CENTENO" LA FAMOSA NOVELA DE J. D. SALINGER ¿QUÉ SIGNIFICA ESE TÍTULO?

 THE CATCHER IN THE RYE       Este es el título original en inglés de la novela de Jerome David Salinger, que en español se tradujo como EL GUARDIÁN ENTRE EL CENTENO.

Si traducimos literalmente, debería ser EL RECEPTOR ENTRE EL CENTENO o EL ATAJADOR ENTRE EL CENTENO. Este título se refiere a lo que el joven Holden Caulfield, en plena crisis existencial, le cuenta a su hermanita Phoebe, sobre lo que realmente le gustaría hacer en la vida. Holden malinterpreta lo que se narra en un poema del siglo XVIII, del escocés Robert Burns: "SI UN CUERPO ENCUENTRA OTRO CUERPO ENTRE EL CENTENO" Holden se refiere como si se tratara de un "cuerpo "atrapa" otro cuerpo" entre el centeno y Holden lo mencionan como si se tratara de una canción. Su hermanita lo corrige y le dice que es un poema.

Bien, si el poema se puede interpretar como el encuentro sexual casual de cuerpos en un campo de centeno, el personaje de Holden lo adapta hacia lo que él piensa que debe hacer, esto es, proteger a los niños que pueden estar jugando en un campo de centeno limitado por un acantilado y que Holden los sujeta para que no vayan a caer por el precipicio.

Lo anterior, se interpreta como que Holden quiere proteger a los niños para que no pierdan su inocencia en el mundo de los adultos.

Holden aprecia la candidez y gracia de los niños pequeños mientras que desprecia a los adultos por sus hipocresías y falsedades.






A continuación el fragmento del diálogo entre Holden y Phebe:



"No sé si Phoebe entendía o no lo que quería decir porque es aún muy cría para eso, pero al menos me escuchaba. Da gusto que le escuchen a uno.

—Papá va a matarte. Va a matarte —me dijo.

Pero no la oí. Estaba pensando en otra cosa. En una cosa absurda.

—¿Sabes lo que me gustaría ser? ¿Sabes lo que me gustaría ser de verdad si pudiera elegir?

—¿Qué?

—¿Te acuerdas de esa canción que dice, «Si un cuerpo coge a otro cuerpo, cuando van entre el centeno...»? Me gustaría...

—Es «Si un cuerpo encuentra a otro cuerpo, cuando van entre el centeno»

—dijo Phoebe—. Y es un poema. Un poema de Robert Burns.

—Ya sé que es un poema de Robert Burns.

Tenía razón. Es «Si un cuerpo encuentra a otro cuerpo, cuando van entre el centeno», pero entonces no lo sabía.

—Creí que era, «Si un cuerpo coge a otro cuerpo» —le dije—, pero, verás. Muchas veces me imagino que hay un montón de niños jugando en un campo de centeno. Miles de niños. Y están solos, quiero decir que no hay nadie mayor vigilándolos. Sólo yo. Estoy al borde de un precipicio y mi trabajo consiste en evitar que los niños caigan a él. En cuanto empiezan a correr sin mirar adónde van, yo salgo de donde esté y los cojo. Eso es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Vigilarlos. Yo sería el guardián entre el centeno. Te parecerá una tontería, pero es lo único que de verdad me gustaría hacer. Sé que es una locura. Phoebe se quedó callada mucho tiempo. Luego, cuando al fin habló, sólo dijo:

—Papá va a matarte."



sábado, 30 de octubre de 2021

A MOVABLE FEAST (PARÍS ERA UNA FIESTA) de Ernest Hemingway ¿Qué pensaba Hemingway del término “Generación Perdida”?

 

Une géneration perdue

 

A continuación, un fragmento de A MOVABLE FEAST (En español: París era una fiesta) donde Hemingway se refiere al término de Generación Perdida que salió a colación en un diálogo con Gertrude Stein, mientras vivían en París:

 

Estábamos de vuelta del Canadá y vivíamos en la rué Notre-Dame-des-Champs y Miss Stein y yo éramos todavía buenos amigos, cuando ella lanzó el comentario ese de la generación perdida. Tuvo pegas con el contacto del viejo Ford T que entonces guiaba, y un empleado del garaje, un joven que había servido en el último año de la guerra, no puso demasiado empeño en reparar el Ford de Miss Stein, o tal vez simplemente le hizo esperar su turno después de otros vehículos. El caso es que se decidió que el joven no era sérioux y que el patrón del garaje le había reñido severamente de resultas de la queja de Miss Stein. Una cosa que el patrón dijo fue:

«Todos vosotros sois une génération perdue»

-          Eso es lo que son ustedes. Todos ustedes son eso – dijo Miss Stein -.  Todos los jóvenes que sirvieron en la guerra. Son una generación perdida.

-          ¿De veras? – dije.

-          Lo son – insistió-. No le tienen respeto a nada. Se emborrachan hasta matarse…

-          ¿Estaba borracho ese joven mecánico? – pregunté.

-          Claro que no.

-          ¿Usted me ha visto alguna vez borracho?

-          No. Pero sus amigos son unos borrachos.

-          A veces me he emborrachado – dije – Pero no la visito a usted cuando estoy borracho.

-          Desde luego que no. No dije eso.

-          El patrón de ese muchacho estaba probablemente borracho a las once de la mañana – dije – Así le salen de hermosas las frases.

-          No me discuta, Hemingway – dijo Miss Stein – No le hace ningún favor. Todos ustedes son una generación perdida, exactamente como dijo el del garaje.

Cuando, luego puse las palabras del garajista referidas por Miss Stein como epígrafe de mi primera novela, procuré equilibrarlas con una cita del Eclesiastés. Pero aquella noche, mientras caminaba de vuelta a casa, pensé en el muchacho del garaje y me pregunté si alguna vez le habrían transportado en uno de aquellos vehículos que reparaba, precisamente en un Ford T cuando los tenían convertidos en ambulancia. Me acordé de cómo se quemaban sus frenos bajando por las carreteras de montañas con toda una carga de heridos hasta que para frenar había que poner la primera y finalmente la marcha atrás, y de cómo los últimos ejemplares que quedaban fueron despeñados por una pendiente, vacíos, para que tuvieran que reemplazarlos por grandes Fiat con buenos cambios en H y con frenos metálicos

Pensé en Miss Stein y en Sherwood Anderson y en lo que significan el egoísmo y la pereza mental frente a la disciplina y me dije: ¿quién trata a quién de generación perdida? Y cuando llegué a la altura de la Closerie des Lilas y la luz daba en mi viejo amigo, la estatua del mariscal Ney blandiendo la espada con las sombras de los arboles en su bronce, y allí estaba él solito y nadie seguía su avance y en menudo fregado se metió en Waterloo, pensé que todas las generaciones se pierden por algo y siempre se han perdido y siempre se perderán, y me senté en la Closerie para hacer compañía a la estatua y me tomé una cerveza muy fría antes de volver a casa, al piso encima de la serrería. Pero mientras me estaba allí sentado frente a mi cerveza, mirando la estatua y pensando en los muchos días que Ney pasó peleando en retaguardia en la retirada de Moscú, cuando Napoleón ya había tomado la delantera en el coche de Caulaincourt, me acordé de que Miss Stein había sido una amiga buena y cariñosa y qué hermosas cosas decía de Apollinaire y contando su muerte en el día del armisticio en 1918 cuando la multitud chillaba por la calle ‘A bas Guillaume’ y Apollinaire en su delirio creía que iba por él y me dije, voy a hacer cuanto esté en mi mano por serle útil y para que se den cuenta que ha escrito cosas muy buenas y lo haré siempre con la ayuda de Dios y de Mike Ney. Pero al cuerno con sus sermones de generación perdida y con toda la porquería de etiquetas que cualquiera puede ir por ahí pegando. Cuando llegué a casa y crucé el patio y subí las escaleras y me encontré a mi mujer y a mi hijo y a F. Puss que era el gato de mi hijo, todos contentos y con fuego en la chimenea, le dije a mi mujer:

-          Sabes, Gertrude es una buena mujer, al fin y al cabo.

-          Claro que lo es, Tatie.

-          Pero a veces dice la mar de disparates.

    Nunca la he oido hablar - dijo mi mujer - Yo soy una esposa. A mí me da conversación su amiga.»



sábado, 9 de octubre de 2021

VIAJE AL PASADO de Stefan Zweig

 Un fragmento de la novela


Un hombre ya no tan joven  regresa a Alemania con el deseo de visitar a una amada de su juventud, un amor secreto, imposible. Debido a una promoción en el trabajo, debieron separarse, teniendo él que vivir varios años en otro país.

Años después él regresa, pero el mundo ha cambiado. La primera guerra mundial ha destruido el mundo que ambos conocieron. Alemania se prepara para una segunda guerra. El hombre se llena de añoranza y nostalgia por el antiguo amor, pero la realidad es cruel. No sólo el mundo ha cambiado, ellos dos también.

"Iban ascendiendo en silencio. Las casas, pegadas unas a otras, se inclinaban ante sus ojos iluminadas por una pálida luz, el río serpenteante se arqueaba cada vez con más claridad en el crepúsculo del valle, mientras los árboles susurraban y dejaban caer la oscuridad sobre ellos. No se cruzaron con nadie, sólo sus calladas sombras se arrastraban por delante de ellos y siempre que una farola iluminaba sus figuras perpendicularmente, las sombras se fundían una con otra, como si se abrazasen, se ensanchaban ansiando unirse cuerpo con cuerpo en una sola figura, luego se apartaban una vez más, para volver a abrazarse, mientras ellos caminaban cansados, respirando profundamente. Él observaba hechizado ese curioso juego, el cogerse y alejarse y volverse a coger de aquellas figuras sin alma, cuerpos de sombra, que, sin embargo, no eran sino reflejo de los suyos propios; con mórbida curiosidad veía el huir y el entrelazarse de esas figuras sin ser, y casi se olvidaba de la mujer viva que tenía a su lado por su negra imagen fluida, fugitiva. No pensaba en nada determinado y, sin embargo, sentía que, de alguna manera, este tímido juego le advertía de algo, de algo que yacía en lo más hondo de su ser como una fuente agitada a punto de rebosar, como si el caudal de sus recuerdos creciera y se acercara a él inquietante y amenazador.

Pero ¿qué era…? Aguzó todos sus sentidos. ¿Qué le evocaba ese paseo entre las sombras del bosque dormido? Debían de ser palabras, una situación, algo vivido, oído, sentido, algo envuelto en una melodía, algo enterrado en lo más profundo, que no había tocado en años y años.

Y, de repente, se abrió una grieta centelleante en la oscuridad del olvido: eran palabras, un poema que ella le había leído una vez en su habitación al caer la tarde. Un poema, sí, en francés, evocó las palabras que, como traídas por un viento cálido que las arrancaba del pasado, subieron de golpe hasta sus labios y así escuchó, después de una década, los versos olvidados de un poema en una lengua extranjera recitados por su voz:

 

Dans le vieux parc solitaire et glacé

Deux Spectres cherchent le passé.

 

Y en cuanto su memoria se iluminó con esos versos, acabó de completar la imagen: la lámpara ardiendo con su luz dorada en el salón oscuro donde ella le había leído a la caída de la tarde este poema de Verlaine. La veía entre las sombras de la lámpara tal y como estaba sentada aquella noche, cerca y lejos a un tiempo, amada e inalcanzable; sintió de repente su mismo corazón de entonces palpitando de excitación, oyó la voz de ella columpiándose sobre la sonora onda de los versos; en el poema —aunque sólo en el poema— podía oír cómo pronunciaba la palabra «nostalgia» y la palabra «amor», en una lengua extranjera, es cierto, y dirigidas a un extraño, pero oírlas al fin y al cabo con el tono embriagador de esta voz, de su voz. ¿Cómo había podido olvidar durante tantos años ese poema, esa velada en la que solos en la casa, confusos por ello, huyeron de la embarazosa conversación buscando un punto de encuentro más amable en los libros, donde, detrás de las palabras y de la melodía, de vez en cuando brilla el relámpago que nos permite reconocer un sentimiento íntimo, como la luz que atraviesa la fronda de arbustos, chispeante, intangible, y sin embargo llenándonos de una dicha inefable? ¿Cómo había podido olvidarlo durante tanto tiempo? ¿Y cómo había recuperado, también de repente, ese poema perdido? Sin darse cuenta, tradujo para sí aquellos versos:

 

En el viejo parque gélido y nevado,

dos sombras buscan su pasado.

 

Y al recitarlos los entendió, la llave luminosa y pesada que descubría su secreto cayó en sus manos, desde la sima donde dormía se alzó una asociación clara, aguda, arrancada de sus recuerdos: las sombras de las que se hablaba allí estaban sobre el camino, sus sombras habían removido y despertado aquellas palabras, sí, pero todavía había más. Estremeciéndose de miedo descubrió de repente una segunda interpretación que lo aterró; habían sido unas palabras proféticas, cargadas de sentido. ¿Acaso no eran ellos mismos esas sombras que buscaban su pasado dirigiendo absurdas preguntas a un entonces que ya no era real?  Sombras, sombras que querían convertirse en algo vivo y que no lo lograban. Ni ella ni él eran los mismos y, sin embargo, seguían buscándose afanosamente, siempre en vano, huyendo y reteniéndose, esforzándose denodadamente, cuando carecían de ser y de fuerzas para lograrlo, como los negros fantasmas que tenían ante sus pies."





domingo, 3 de octubre de 2021

La Mujer de Blanco - Novela de Wilkie Collins - ¿Cuál es el origen de la historia?

 





“No tengo la menor duda – escribió Dickens en su revista ‘All the Year Round’ en su primera aparición serial en Noviembre de 1859–  que ‘The Woman in White’ es el nombre de los nombres y el título de los títulos".

 "A lo largo de la La dama de blanco, sus narradores son atacados, drogados, engañados y aterrorizados y el relato subjetivo de estas experiencias angustiosas coloca al lector en la misma posición desvalida.”

Matthew Sweet.

La novela más famosa y por la que es más conocido Wilkie Collins tiene un argumento en el cual aparece una mujer misteriosa vestida de blanco que resulta la clave de un enigma. Una historia de secuestro y cambio forzado de la identidad de personajes. Es en parte, lo que formaría la novela policíaca que se desarrollaría después, la novela romántica del siglo XIX, si, pero, también una novela sicológica.

En el prólogo de Matthew Sweet de la edición de Penguin Clásicos (Colombia, Feb.2020) hay unas interesantes descripciones, entre ellas una anécdota no confirmada pero que aparece en el libro de J. G. Millais, sobre la biografía de su padre John Everet Millais, el famoso pintor contemporáneo de Collins. La supuesta anécdota –no confirmada- contada por Sweet es así:

Los hermanos Collins, Wilkie y Charles, acompañan al pintor Millais a su casa tras salir de una fiesta ofrecida por la madre de los hermanos. Su conversación es interrumpida entonces por un grito desgarrador que proviene del jardín de una casa vecina. Sin aun decidir qué hacer, ven que se abre bruscamente la reja del jardín y por ella aparece « la figura de una mujer joven y muy bella vestida con ropas vaporosas y blancas que brillan a la luz de la luna». La joven tropieza con los tres y «se detuvo un momento, mirándolos con una mezcla de súplica y terror». Acto seguido, se recompuso y salió corriendo hasta perderse en las sombras.

«¡Qué belleza de mujer!» fue todo lo que Millais alcanzó a decir. «Debo saber de quién se trata y cuál es el problema» terció Collins, al tiempo que, sin más, salía tras ella con paso apresurado. Sus compañeros esperaron su regreso en vano y, al día siguiente, cuando volvieron a encontrarse, Collins no parecía inclinado a hablar de su aventura. Por sus palabras dedujeron, sin embargo, que había dado con la bella fugitiva y que había oído de sus propios labios la historia de su vida y la causa de su huida apresurada. Se trataba de una joven de buena cuna y posición que, de manera fortuita, había caído en las manos de un hombre que vivía en una casa de Regent´s Park. Allí la había mantenido prisionera durante muchos meses bajo amenazas y el dominio hipnotizante de un personaje tan perturbardor que no se había atrevido a escapar hasta que, llevada por la desesperación, había huido de la bestia que atizador en mano, había prometido abrirle la cabeza».

Hay otras teorías acerca de la historia inspiradora, sin embargo, por supuesto, siempre hay una suma de sucesos y personajes y que lo más probable es que todos mezclados hayan sido inspiradores tanto de argumento como de personajes.

Parece que lo que más movió a Collins con el argumento para su novela fueron casos en esa época en los que muy fácilmente se internaba mujeres en manicomios sin mayores causas. En 1850 hubo escándalos por casos de abuso de personas internadas en manicomios con diagnósticos elaborados erróneamente. En una entrevista en 1871 Collins dice lo siguiente:

«Con el propósito de escribir un relato para All the Year Round – la revista editada por Dickens- trataba de encontrar una idea central, novedosa y lo bastante sólida para soportar el peso de una novela de tres volúmenes. Resultó que por entonces recibió una carta donde se le solicitaba que se ocupase de un caso relacionado con el internamiento justificado o no en un manicomio. Tras haber dirigido su atención hacia esa senda, se topó con un antiguo juicio francés que lidiaba sobre la suplantación de personas y se le ocurrió de pronto que una suplantación realizada con la ayuda de un manicomio podía resultar una sólida idea central.»  

 Con relación al título de la novela, Sweet explica que fue un quebradero de cabeza para Collins que ya teniéndola escrita no encontraba un título adecuado. Fue durante un paseo que duró horas por los acantilados que separan Kingsgate y Bleak House, después de fumarse una caja de puros, “al atardecer tumbado en la hierba contemplando el faro de North Foreland, triste y cansado, observó el edificio con desdén. Mordiendo el cabo del puro con fuerza se dirigió a aquélla edificación, que se alzaba fría y crepuscular: «Eres fea, severa y poco elegante, lo sabes, tan severa y extraña como mi dama blanca. ¡Dama blanca…! ¡La dama de blanco! ¡El título, por Júpiter!»

Sin embargo, sus amistades no estuvieron de acuerdo, no consideraban apropiado ese título. Todos, excepto Charles Dickens quien estaba encantado con la trama y el título. La novela se publicó por entregas en la revista All the Year Round y obtuvo un gran éxito. Aunque publicada en tres volúmenes se pronosticaba un fracaso, el instinto editorial de Dickens acertó, la misma fue un éxito extraordinario también.

 

Fuente: Introducción a la versión de 2020 por Matthew Sweet. Traducción de Maruja Gómez Segalés.







domingo, 12 de septiembre de 2021

Fragmento de La Mujer de Blanco la novela clásica de Wilkie Collins. Walter Hartright ha regresado a Inglaterra y después de enterarse de la muerte de Laura, ahora Lady Glyde, decide ir al cementerio de Limmeridge a visitar su tumba.


 […]

“Levanté la cabeza. Faltaba poco para que el sol se pusiera. Las nubes se habían separado y la tenue luz oblicua bañaba las colinas. El final de aquél día era frío, claro y sereno en el quieto valle de la muerte.

Detrás de mí vi, en el cementerio, vi en la fría claridad del ocaso a dos mujeres. Miraban hacia la tumba, me miraban a .

Dos.

Se acercaron un poco y volvieron a detenerse. Llevaban velos que me ocultaban sus rostros. Una de ellas lo levantó. A la luz plácida de la noche vi el rostro de Marian Halcombe.

¡Había cambiado! ¡Había cambiado como si hubieran pasado años. Sus ojos grandes y salvajes me miraban con extraño terror. Su rostro, fatigado y exhausto, inspiraba compasión. Como si la pena, el temor y la angustia la hubieran marcado.

Di un paso hacia ella. No se movió, ni dijo una palabra. La mujer que estaba a su lado, y que no levantó el velo, lanzó un débil gemido. Me detuve. Mis fuerzas me abandonaron; y un indecible terror me hizo temblar de pies a cabeza.

La mujer con el rostro cubierto se separó de su compañera y con lentitud se dirigió hacia mí. Una sola vez Marian Halcombe habló. Su voz no había cambiado como sus ojos amedrentados y su rostro gastado.

-          ¡Es mi sueño!, ¡es mi sueño!

Le oí pronunciar quedamente esas palabras en medio de aquél silencio horripilante. Cayó de rodillas y levantó sus manos crispadas al cielo.

-          ¡Padre nuestro, dadle fortaleza! ¡Padre, ayúdale en esta hora decisiva!

La mujer se me acercaba, despacio y en silencio. La miré y desde aquel instante no pude mirar a nadie más.

La voz que rogaba por mí tembló y pasó a ser un susurro, luego de repente se levantó, me llamó con horror, me gritó con desesperación que me marchase.

Pero la mujer cubierta por el velo se había adueñado de mí, de mi cuerpo y de mi alma. Se detuvo a un lado de la tumba. Nos quedamos frente a frente, separados por la lápida sepulcral. Ella estaba junto a la inscripción del pedestal; su vestido tocaba las letras negras.

La voz se acercó, se elevaba más y más, estaba llena de pasión.

-          ¡No descubra la cara! ¡No la mire! ¡por amor de Dios, evítale este trance!

La mujer levantó el velo.

DEDICADO

A LA MEMORIA DE

LAURA,

LADY GLYDE…

Laura, lady Glyde, se erguía junto al epitafio y me miraba por encima del sepulcro.”



sábado, 11 de septiembre de 2021

Un pasaje de la novela "Sonata de Otoño" de Valle Inclán. El marqués de Bradomín se dirige al Palacio de Brandeso. Concha, una prima y amor de juventud le ha llamado porque enferma y moribunda quiere verle antes de que pase lo inevitable.







" —Pasen y siéntense al fuego. ¡Mal tiempo tienen, si son

caminantes! ¡Ay! Qué tiempo, toda la siembra anega. ¡Mal año nos

aguarda!

Apenas entramos, el mayordomo volvió a salir por las alforjas. Yo

me acerqué al hogar donde ardía un fuego miserable. La pobre mujer

avivó el rescoldo y trajo un brazado de jara verde y mojada, que

empezó a dar humo, chisporroteando. En el fondo del muro, una

puerta vieja y mal cerrada, con las losas del umbral blancas de

harina, golpeaba sin tregua: ¡tac! ¡tac! La voz de un viejo que

entonaba un cantar, y la rueda del molino, resonaban detrás. Volvió el

mayordomo con las alforjas colgadas de un hombro:

—Aquí viene el yantar. La señora se levantó para disponerlo todo

por sus manos. Salvo su mejor parecer, podríamos aprovechar este

huelgo. Si cierra a llover no tendremos escampo hasta la noche.

La molinera se acercó solícita y humilde:

—Pondré unas trébedes al fuego, si acaso les place calentar la

vianda.

Puso las trébedes y el mayordomo comenzó a vaciar las alforjas:

Sacó una gran servilleta adamascada y la extendió sobre la piedra del

hogar. Yo, en tanto, me salí a la puerta. Durante mucho tiempo estuve

contemplando la cortina cenicienta de la lluvia que ondulaba en las

ráfagas del aire. El mayordomo se acercó respetuoso y familiar a la

vez:

—Cuando a vuecencia bien le parezca... ¡Dígole que tiene un rico

yantar!

Entré de nuevo a la cocina y me senté cerca del fuego. No quise

comer, y mandé al mayordomo que únicamente me sirviese un vaso

de vino. El viejo aldeano obedeció en silencio. Buscó la bota en el

fondo de las alforjas, y me sirvió aquel vino rojo y alegre que daban

las viñas del Palacio, en uno de esos pequeños vasos de plata que

nuestras abuelas mandaban labrar con soles del Perú, un vaso por

cada sol. Apuré el vino, y como la cocina estaba llena de humo,

salíme otra vez a la puerta. Desde allí mandé al mayordomo y a la

cocinera que comiesen ellos. La cocinera solicitó mi venia para llamar

al viejo que cantaba dentro. Le llamó a voces.

—¡Padre! ¡Mi padre!,..

Apareció blanco de harina, la montera derribada sobre un lado y

el cantar en los labios. Era un abuelo con ojos bailadores y la guedeja

de plata, alegre y picaresco como un libro de antiguos decires.

Arrimaron al hogar toscos escabeles ahumados, y entre un coro de

bendiciones sentáronse a comer. Los dos perros flacos vagaban en

torno. Fue un festín donde todo lo había previsto el amor de la pobre

enferma. ¡Aquellas manos pálidas, que yo amaba tanto, servían la

mesa de los humildes como las manos ungidas de las santas

princesas! Al probar el vino, el viejo molinero se levantó salmodiando:

—¡A la salud del buen caballero que nos lo da!...

De hoy en muchos años torne a catarlo en su noble presencia.

Después bebieron la mujeruca y el mayordomo, todos con igual

ceremonia. Mientras comían yo les oía hablar en voz baja. Preguntaba

el molinero adónde nos encaminábamos y el mayordomo respondía

que al Palacio de Brandeso. El molinero conocía aquel camino, pagaba

un foro antiguo a la señora del Palacio, un foro de dos ovejas, siete

ferrados de trigo y siete de centeno. El año anterior, como la sequía

fuera tan grande, perdonárale todo el fruto: Era una señora que se

compadecía del pobre aldeano. Yo, desde la puerta, mirando caer la

lluvia, les oía emocionado y complacido. Volvía la cabeza, y con los

ojos buscábales en torno del hogar, en medio del humo. Entonces

bajaban la voz y me parecía entender que hablaban de mí. El

mayordomo se levantó:

—Si a vuecencia le parece, echaremos un pienso a las mulas y

luego nos pondremos en camino.

Salió con el molinero, que quiso ayudarle. La mujeruca se puso a

barrer la ceniza del hogar. En el fondo de la cocina los perros roían un

hueso. La pobre mujer, mientras recogía el rescoldo, no dejaba de

enviarme bendiciones con un musitar de rezo:

—¡El señor quiera concederle la mayor suerte y alud en el mundo,

y que cuando llegue al Palacio tenga una grande alegría!... ¡Quiera

Dios que se encuentre sana a la señora y con los colores de una

rosa!...

Dando vueltas en torno del hogar la molinera repetía

monótonamente:

—¡Así la encuentre como una rosa en su rosal!

Aprovechando un claro del tiempo, entró el mayordomo a recoger

las alforjas en la cocina, mientras el molinero desataba las mulas y

del ronzal las sacaba hasta el camino, para que montásemos. La hija

asomó en la puerta para vernos partir:

—¡Vaya muy dichoso el noble caballero!... ¡Que Nuestro Señor le

acompañe!...

Cuando estuvimos a caballo salió al camino, cubriéndose la

cabeza con el mantelo para resguardarla de la lluvia que comenzaba

de nuevo, y se llegó a mí llena de misterio. Así, arrebujada, parecía

una sombra milenaria. Temblaba su carne, y los ojos fulguraban

calenturientos bajo el capuz del mantelo. En la mano traía un manojo

de yerbas. Me las entregó con un gesto de sibila, y murmuró en voz

baja:

—Cuando se halle con la señora mi Condesa, póngale sin que ella

le vea, estas yerbas bajo la almohada. Con ellas sanará. Las almas

son como los ruiseñores, todas quieren volar. Los ruiseñores cantan

en los jardines, pero en los palacios del rey se mueren poco a poco...

Levantó los brazos, como si evocase un lejano pensamiento

profético, y los volvió a dejar caer. Acercóse sonriendo el viejo

molinero, y apartó a su hija sobre un lado del camino para dejarle

paso a mi mula:

—No haga caso, señor. ¡La pobre es inocente!

Yo sentí, como un vuelo sombrío, pasar sobre mi alma la

superstición, y tomé en silencio aquel manojo de yerbas mojadas por

la lluvia. Las yerbas olorosas llenas de santidad, las que curan la

saudade de las almas y los males de los rebaños, las que aumentan

las virtudes familiares y las cosechas... ¡Qué poco tardaron en florecer

sobre la sepultura de Concha en el verde y oloroso cementerio de San

Clodio de Brandeso!

Yo recordaba vagamente el Palacio de Brandeso, donde había

estado de niño con mi madre, y su antiguo jardín, y su laberinto que

me asustaba y me atraía. Al cabo de los años, volvía llamado por

aquella niña con quien había jugado tantas veces en el viejo jardín sin

flores. El sol poniente dejaba un reflejo dorado entre el verde sombrío,

casi negro, de los árboles venerables. Los cedros y los cipreses, que

contaban la edad del Palacio. El jardín tenía una puerta de arco, y

labrados en piedra, sobre la cornisa, cuatro escudos con las armas de

cuatro linajes diferentes. ¡Los linajes del fundador, noble por todos

sus abuelos! A la vista del Palacio, nuestras mulas fatigadas, trotaron

alegremente hasta detenerse en la puerta llamando con el casco. Un

aldeano vestido de estameña que esperaba en el umbral, vino

presuroso a tenerme el estribo. Salté a tierra, entregándole las

riendas de mi mula. Con el alma cubierta de recuerdos, penetré bajo

la oscura avenida de castaños cubierta de hojas secas. En el fondo

distinguí el Palacio con todas las ventanas cerradas y los cristales

iluminados por el sol. De pronto vi una sombra blanca pasar por

detrás de las vidrieras, la vi detenerse y llevarse las dos manos a la

frente. Después la ventana del centro se abría con lentitud y la

sombra blanca me saludaba agitando sus brazos de fantasma. Fué un

momento no más. Las ramas de los castaños se cruzaban y dejé de

verla. Cuando salí de la avenida alcé los ojos nuevamente hacia el

Palacio. Estaban cerradas todas las ventanas: ¡Aquella del centro

también! Con el corazón palpitante penetré en el gran zaguán oscuro

y silencioso. "


viernes, 5 de marzo de 2021

Las Partículas Elementales Novela de Michel Houellebecq



 Reseña


Mediados del siglo XX.

Dos hermanastros, Bruno y Michel, descuidados por su madre, Janine, una mujer liberada que se integra en los movimientos de libertad sexual y drogas de los años sesenta, son criados el uno en un internado y el otro por su abuela paterna.

Bruno se hace docente en literatura y vive obsesionado por la actividad sexual, quizás por los traumas sufridos en su niñez.

Michel, demasiado cerebral, es un científico en biología molecular, se ha aislado de cualquier vida social y se ha olvidado de la vida sexual.

Michel, después de descubrir importantes posibilidades en la genética humana es reconocido como un gran investigador y sus teorías son difundidas y aceptadas mundialmente, dando paso a una evolución programada de la humanidad.

En el siglo XXI, una humanidad con mutaciones programadas ¿sentiría nostalgia de sus antepasados que a pesar de sus fracasos y frustraciones, buscaban o trataban de encontrar su felicidad de forma natural?


 




Entrada destacada

La Iglesia de Auvers-sur-Oise Una versión de la pintura de Van Gogh...

Una versión del famoso cuadro que Van Gogh pintó cuando vivía en ese pueblo... resulta que el pintor está enterrado en su cementario. Sobre ...