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domingo, 21 de noviembre de 2021
lunes, 1 de noviembre de 2021
EL SIGNIFICADO DE "EL GUARDIÁN ENTRE EL CENTENO" LA FAMOSA NOVELA DE J. D. SALINGER ¿QUÉ SIGNIFICA ESE TÍTULO?
THE CATCHER IN THE RYE Este es el título original en inglés de la novela de Jerome David Salinger, que en español se tradujo como EL GUARDIÁN ENTRE EL CENTENO.
Bien, si el poema se puede interpretar como el encuentro sexual casual de cuerpos en un campo de centeno, el personaje de Holden lo adapta hacia lo que él piensa que debe hacer, esto es, proteger a los niños que pueden estar jugando en un campo de centeno limitado por un acantilado y que Holden los sujeta para que no vayan a caer por el precipicio.
Lo anterior, se interpreta como que Holden quiere proteger a los niños para que no pierdan su inocencia en el mundo de los adultos.
Holden aprecia la candidez y gracia de los niños pequeños mientras que desprecia a los adultos por sus hipocresías y falsedades.
A continuación el fragmento del diálogo entre Holden y Phebe:
"No sé si Phoebe entendía o no lo que quería
decir porque es aún muy cría para eso, pero al menos me escuchaba. Da gusto que
le escuchen a uno.
—Papá va a matarte. Va a matarte —me dijo.
Pero no la oí. Estaba pensando en otra
cosa. En una cosa absurda.
—¿Sabes lo que me gustaría ser? ¿Sabes lo que me gustaría ser de verdad si pudiera elegir?
—¿Qué?
—¿Te acuerdas de esa canción que dice, «Si
un cuerpo coge a otro cuerpo, cuando van entre el centeno...»? Me gustaría...
—Es «Si un cuerpo encuentra a otro cuerpo,
cuando van entre el centeno»
—dijo Phoebe—. Y es un poema. Un poema de
Robert Burns.
—Ya sé que es un poema de Robert Burns.
Tenía razón. Es «Si un cuerpo encuentra a
otro cuerpo, cuando van entre el centeno», pero entonces no lo sabía.
—Creí que era, «Si un cuerpo coge a otro
cuerpo» —le dije—, pero, verás. Muchas veces me imagino que hay un montón de
niños jugando en un campo de centeno. Miles de niños. Y están solos, quiero
decir que no hay nadie mayor vigilándolos. Sólo yo. Estoy al borde de un
precipicio y mi trabajo consiste en evitar que los niños caigan a él. En cuanto
empiezan a correr sin mirar adónde van, yo salgo de donde esté y los cojo. Eso
es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Vigilarlos. Yo sería el guardián
entre el centeno. Te parecerá una tontería, pero es lo único que de verdad me gustaría
hacer. Sé que es una locura. Phoebe se quedó callada mucho tiempo. Luego,
cuando al fin habló, sólo dijo:
—Papá va a matarte."
sábado, 30 de octubre de 2021
A MOVABLE FEAST (PARÍS ERA UNA FIESTA) de Ernest Hemingway ¿Qué pensaba Hemingway del término “Generación Perdida”?
Une géneration perdue
A continuación, un fragmento de A MOVABLE FEAST (En español: París era una fiesta) donde Hemingway se refiere al término de Generación Perdida que salió a
colación en un diálogo con Gertrude Stein, mientras vivían en París:
“Estábamos de vuelta del Canadá y vivíamos en la rué
Notre-Dame-des-Champs y Miss Stein y yo éramos todavía buenos amigos, cuando
ella lanzó el comentario ese de la generación perdida. Tuvo pegas con el
contacto del viejo Ford T que entonces guiaba, y un empleado del garaje, un
joven que había servido en el último año de la guerra, no puso demasiado empeño
en reparar el Ford de Miss Stein, o tal vez simplemente le hizo esperar su
turno después de otros vehículos. El caso es que se decidió que el joven no era
sérioux y que el patrón del garaje le había reñido severamente de resultas de
la queja de Miss Stein. Una cosa que el patrón dijo fue:
«Todos vosotros sois une génération perdue»
-
Eso es lo que son ustedes. Todos ustedes son
eso – dijo Miss Stein -. Todos los jóvenes
que sirvieron en la guerra. Son una generación perdida.
-
¿De veras? – dije.
-
Lo son – insistió-. No le tienen respeto a
nada. Se emborrachan hasta matarse…
-
¿Estaba borracho ese joven mecánico? –
pregunté.
-
Claro que no.
-
¿Usted me ha visto alguna vez borracho?
-
No. Pero sus amigos son unos borrachos.
-
A veces me he emborrachado – dije – Pero no
la visito a usted cuando estoy borracho.
-
Desde luego que no. No dije eso.
-
El patrón de ese muchacho estaba
probablemente borracho a las once de la mañana – dije – Así le salen de hermosas
las frases.
-
No me discuta, Hemingway – dijo Miss Stein –
No le hace ningún favor. Todos ustedes son una generación perdida, exactamente
como dijo el del garaje.
Cuando, luego puse las palabras del garajista referidas
por Miss Stein como epígrafe de mi primera novela, procuré equilibrarlas con
una cita del Eclesiastés. Pero aquella noche, mientras caminaba de vuelta a
casa, pensé en el muchacho del garaje y me pregunté si alguna vez le habrían
transportado en uno de aquellos vehículos que reparaba, precisamente en un Ford
T cuando los tenían convertidos en ambulancia. Me acordé de cómo se quemaban
sus frenos bajando por las carreteras de montañas con toda una carga de heridos
hasta que para frenar había que poner la primera y finalmente la marcha atrás,
y de cómo los últimos ejemplares que quedaban fueron despeñados por una
pendiente, vacíos, para que tuvieran que reemplazarlos por grandes Fiat con
buenos cambios en H y con frenos metálicos
Pensé en Miss Stein y en Sherwood Anderson y en lo que
significan el egoísmo y la pereza mental frente a la disciplina y me dije:
¿quién trata a quién de generación perdida? Y cuando llegué a la altura de la
Closerie des Lilas y la luz daba en mi viejo amigo, la estatua del mariscal Ney
blandiendo la espada con las sombras de los arboles en su bronce, y allí estaba
él solito y nadie seguía su avance y en menudo fregado se metió en Waterloo,
pensé que todas las generaciones se pierden por algo y siempre se han perdido y
siempre se perderán, y me senté en la Closerie para hacer compañía a la estatua
y me tomé una cerveza muy fría antes de volver a casa, al piso encima de la
serrería. Pero mientras me estaba allí sentado frente a mi cerveza, mirando la
estatua y pensando en los muchos días que Ney pasó peleando en retaguardia en
la retirada de Moscú, cuando Napoleón ya había tomado la delantera en el coche
de Caulaincourt, me acordé de que Miss Stein había sido una amiga buena y
cariñosa y qué hermosas cosas decía de Apollinaire y contando su muerte en el
día del armisticio en 1918 cuando la multitud chillaba por la calle ‘A bas
Guillaume’ y Apollinaire en su delirio creía que iba por él y me dije, voy a
hacer cuanto esté en mi mano por serle útil y para que se den cuenta que ha
escrito cosas muy buenas y lo haré siempre con la ayuda de Dios y de Mike Ney. Pero
al cuerno con sus sermones de generación perdida y con toda la porquería de
etiquetas que cualquiera puede ir por ahí pegando. Cuando llegué a casa y crucé
el patio y subí las escaleras y me encontré a mi mujer y a mi hijo y a F. Puss
que era el gato de mi hijo, todos contentos y con fuego en la chimenea, le dije
a mi mujer:
-
Sabes, Gertrude es una buena mujer, al fin y
al cabo.
-
Claro que lo es, Tatie.
-
Pero a veces dice la mar de disparates.
Nunca la he oido hablar - dijo mi mujer - Yo soy una esposa. A mí me da conversación su amiga.»
sábado, 9 de octubre de 2021
VIAJE AL PASADO de Stefan Zweig
Un fragmento de la novela
Pero
¿qué era…? Aguzó todos sus sentidos. ¿Qué le evocaba ese paseo entre las
sombras del bosque dormido? Debían de ser palabras, una situación, algo vivido,
oído, sentido, algo envuelto en una melodía, algo enterrado en lo más profundo,
que no había tocado en años y años.
Y,
de repente, se abrió una grieta centelleante en la oscuridad del olvido: eran
palabras, un poema que ella le había leído una vez en su habitación al caer la
tarde. Un poema, sí, en francés, evocó las palabras que, como traídas por un
viento cálido que las arrancaba del pasado, subieron de golpe hasta sus labios
y así escuchó, después de una década, los versos olvidados de un poema en una
lengua extranjera recitados por su voz:
Dans le vieux parc solitaire et glacé
Deux Spectres cherchent le passé.
Y
en cuanto su memoria se iluminó con esos versos, acabó de completar la imagen:
la lámpara ardiendo con su luz dorada en el salón oscuro donde ella le había
leído a la caída de la tarde este poema de Verlaine. La veía entre las sombras
de la lámpara tal y como estaba sentada aquella noche, cerca y lejos a un
tiempo, amada e inalcanzable; sintió de repente su mismo corazón de entonces
palpitando de excitación, oyó la voz de ella columpiándose sobre la sonora onda
de los versos; en el poema —aunque sólo en el poema— podía oír cómo pronunciaba
la palabra «nostalgia» y la palabra «amor», en una lengua extranjera, es
cierto, y dirigidas a un extraño, pero oírlas al fin y al cabo con el tono
embriagador de esta voz, de su voz. ¿Cómo había podido olvidar durante tantos
años ese poema, esa velada en la que solos en la casa, confusos por ello, huyeron
de la embarazosa conversación buscando un punto de encuentro más amable en los
libros, donde, detrás de las palabras y de la melodía, de vez en cuando brilla
el relámpago que nos permite reconocer un sentimiento íntimo, como la luz que
atraviesa la fronda de arbustos, chispeante, intangible, y sin embargo
llenándonos de una dicha inefable? ¿Cómo había podido olvidarlo durante tanto
tiempo? ¿Y cómo había recuperado, también de repente, ese poema perdido? Sin
darse cuenta, tradujo para sí aquellos versos:
En el viejo parque gélido y nevado,
dos sombras buscan su pasado.
Y
al recitarlos los entendió, la llave luminosa y pesada que descubría su secreto
cayó en sus manos, desde la sima donde dormía se alzó una asociación clara,
aguda, arrancada de sus recuerdos: las sombras de las que se hablaba allí estaban
sobre el camino, sus sombras habían removido y despertado aquellas palabras,
sí, pero todavía había más. Estremeciéndose de miedo descubrió de repente una
segunda interpretación que lo aterró; habían sido unas palabras proféticas,
cargadas de sentido. ¿Acaso no eran ellos mismos esas sombras que buscaban su
pasado dirigiendo absurdas preguntas a un entonces que ya no era real? Sombras, sombras que querían convertirse en
algo vivo y que no lo lograban. Ni ella ni él eran los mismos y, sin embargo,
seguían buscándose afanosamente, siempre en vano, huyendo y reteniéndose,
esforzándose denodadamente, cuando carecían de ser y de fuerzas para lograrlo,
como los negros fantasmas que tenían ante sus pies."
domingo, 3 de octubre de 2021
La Mujer de Blanco - Novela de Wilkie Collins - ¿Cuál es el origen de la historia?
“No tengo la menor duda – escribió Dickens
en su revista ‘All the Year Round’ en su primera aparición serial en Noviembre de
1859– que ‘The Woman in White’ es el
nombre de los nombres y el título de los títulos".
"A lo
largo de la La dama de blanco, sus
narradores son atacados, drogados, engañados y aterrorizados y el relato
subjetivo de estas experiencias angustiosas coloca al lector en la misma
posición desvalida.”
Matthew Sweet.
La novela más famosa y por la que es más conocido Wilkie
Collins tiene un argumento en el cual aparece una mujer misteriosa vestida de
blanco que resulta la clave de un enigma. Una historia de secuestro y cambio forzado
de la identidad de personajes. Es en parte, lo que formaría la novela policíaca
que se desarrollaría después, la novela romántica del siglo XIX, si, pero,
también una novela sicológica.
En el prólogo de Matthew Sweet de la edición de Penguin
Clásicos (Colombia, Feb.2020) hay unas interesantes descripciones, entre ellas
una anécdota no confirmada pero que aparece en el libro de J. G. Millais, sobre
la biografía de su padre John Everet Millais, el famoso pintor contemporáneo de
Collins. La supuesta anécdota –no confirmada- contada por Sweet es así:
Los hermanos Collins, Wilkie y
Charles, acompañan al pintor Millais a su casa tras salir de una fiesta ofrecida
por la madre de los hermanos. Su conversación es interrumpida entonces por un
grito desgarrador que proviene del jardín de una casa vecina. Sin aun decidir
qué hacer, ven que se abre bruscamente la reja del jardín y por ella aparece « la figura de una mujer joven y muy bella vestida con ropas vaporosas
y blancas que brillan a la luz de la luna». La joven tropieza con los tres y «se detuvo un momento, mirándolos con una
mezcla de súplica y terror». Acto
seguido, se recompuso y salió corriendo hasta perderse en las sombras.
«¡Qué
belleza de mujer!» fue
todo lo que Millais alcanzó a decir. «Debo
saber de quién se trata y cuál es el problema»
terció Collins, al tiempo que, sin más, salía tras ella con paso apresurado.
Sus compañeros esperaron su regreso en vano y, al día siguiente, cuando
volvieron a encontrarse, Collins no parecía inclinado a hablar de su aventura.
Por sus palabras dedujeron, sin embargo, que había dado con la bella fugitiva y
que había oído de sus propios labios la historia de su vida y la causa de su
huida apresurada. Se trataba de una joven de buena cuna y posición que, de
manera fortuita, había caído en las manos de un hombre que vivía en una casa de
Regent´s Park. Allí la había mantenido prisionera durante muchos meses bajo
amenazas y el dominio hipnotizante de un personaje tan perturbardor que no se había
atrevido a escapar hasta que, llevada por la desesperación, había huido de la
bestia que atizador en mano, había prometido abrirle la cabeza».
Hay otras teorías acerca de la historia inspiradora, sin
embargo, por supuesto, siempre hay una suma de sucesos y personajes y que lo
más probable es que todos mezclados hayan sido inspiradores tanto de argumento
como de personajes.
Parece que lo que más movió a Collins con el argumento para
su novela fueron casos en esa época en los que muy fácilmente se internaba
mujeres en manicomios sin mayores causas. En 1850 hubo escándalos por casos de abuso
de personas internadas en manicomios con diagnósticos elaborados erróneamente.
En una entrevista en 1871 Collins dice lo siguiente:
«Con
el propósito de escribir un relato para All the Year Round – la revista editada
por Dickens- trataba de encontrar una idea central, novedosa y lo bastante sólida
para soportar el peso de una novela de tres volúmenes. Resultó que por entonces
recibió una carta donde se le solicitaba que se ocupase de un caso relacionado
con el internamiento justificado o no en un manicomio. Tras haber dirigido su
atención hacia esa senda, se topó con un antiguo juicio francés que lidiaba
sobre la suplantación de personas y se le ocurrió de pronto que una suplantación
realizada con la ayuda de un manicomio podía resultar una sólida idea central.»
Con
relación al título de la novela, Sweet explica que fue un quebradero de cabeza
para Collins que ya teniéndola escrita no encontraba un título adecuado. Fue
durante un paseo que duró horas por los acantilados que separan Kingsgate y
Bleak House, después de fumarse una caja de puros, “al atardecer tumbado en la hierba contemplando el faro de North
Foreland, triste y cansado, observó el edificio con desdén. Mordiendo el cabo del puro con fuerza se
dirigió a aquélla edificación, que se alzaba fría y crepuscular: «Eres fea, severa y poco elegante, lo
sabes, tan severa y extraña como mi dama blanca. ¡Dama blanca…! ¡La dama de
blanco! ¡El título, por Júpiter!»
Sin embargo, sus amistades no estuvieron de acuerdo, no consideraban apropiado ese título. Todos, excepto Charles Dickens quien estaba encantado con la trama y el título. La novela se publicó por entregas en la revista All the Year Round y obtuvo un gran éxito. Aunque publicada en tres volúmenes se pronosticaba un fracaso, el instinto editorial de Dickens acertó, la misma fue un éxito extraordinario también.
Fuente: Introducción a la versión de 2020 por Matthew Sweet. Traducción de Maruja Gómez Segalés.
domingo, 12 de septiembre de 2021
Fragmento de La Mujer de Blanco la novela clásica de Wilkie Collins. Walter Hartright ha regresado a Inglaterra y después de enterarse de la muerte de Laura, ahora Lady Glyde, decide ir al cementerio de Limmeridge a visitar su tumba.
[…]
“Levanté la cabeza. Faltaba poco para que el sol se pusiera.
Las nubes se habían separado y la tenue luz oblicua bañaba las colinas. El
final de aquél día era frío, claro y sereno en el quieto valle de la muerte.
Detrás de mí vi, en el cementerio, vi en la fría claridad
del ocaso a dos mujeres. Miraban hacia la tumba, me miraban a mí.
Dos.
Se acercaron un poco y volvieron a detenerse. Llevaban velos
que me ocultaban sus rostros. Una de ellas lo levantó. A la luz plácida de la
noche vi el rostro de Marian Halcombe.
¡Había cambiado! ¡Había cambiado como si hubieran pasado
años. Sus ojos grandes y salvajes me miraban con extraño terror. Su rostro,
fatigado y exhausto, inspiraba compasión. Como si la pena, el temor y la
angustia la hubieran marcado.
Di un paso hacia ella. No se movió, ni dijo una palabra. La
mujer que estaba a su lado, y que no levantó el velo, lanzó un débil gemido. Me
detuve. Mis fuerzas me abandonaron; y un indecible terror me hizo temblar de
pies a cabeza.
La mujer con el rostro cubierto se separó de su compañera y
con lentitud se dirigió hacia mí. Una sola vez Marian Halcombe habló. Su voz no
había cambiado como sus ojos amedrentados y su rostro gastado.
-
¡Es mi sueño!, ¡es mi sueño!
Le oí pronunciar quedamente esas palabras en medio de aquél
silencio horripilante. Cayó de rodillas y levantó sus manos crispadas al cielo.
-
¡Padre nuestro, dadle fortaleza! ¡Padre, ayúdale
en esta hora decisiva!
La mujer se me acercaba, despacio
y en silencio. La miré y desde aquel instante no pude mirar a nadie más.
La voz que rogaba por mí tembló y
pasó a ser un susurro, luego de repente se levantó, me llamó con horror, me
gritó con desesperación que me marchase.
Pero la mujer cubierta por el
velo se había adueñado de mí, de mi cuerpo y de mi alma. Se detuvo a un lado de
la tumba. Nos quedamos frente a frente, separados por la lápida sepulcral. Ella
estaba junto a la inscripción del pedestal; su vestido tocaba las letras
negras.
La voz se acercó, se elevaba más
y más, estaba llena de pasión.
-
¡No descubra la cara! ¡No la mire! ¡por amor de
Dios, evítale este trance!
La mujer levantó el velo.
DEDICADO
A LA MEMORIA DE
LAURA,
LADY GLYDE…
Laura, lady Glyde, se erguía junto al epitafio y me miraba por encima del
sepulcro.”
sábado, 11 de septiembre de 2021
Un pasaje de la novela "Sonata de Otoño" de Valle Inclán. El marqués de Bradomín se dirige al Palacio de Brandeso. Concha, una prima y amor de juventud le ha llamado porque enferma y moribunda quiere verle antes de que pase lo inevitable.
caminantes! ¡Ay! Qué tiempo, toda la siembra anega. ¡Mal año nos
aguarda!
Apenas entramos, el mayordomo volvió a salir por las alforjas. Yo
me acerqué al hogar donde ardía un fuego miserable. La pobre mujer
avivó el rescoldo y trajo un brazado de jara verde y mojada, que
empezó a dar humo, chisporroteando. En el fondo del muro, una
puerta vieja y mal cerrada, con las losas del umbral blancas de
harina, golpeaba sin tregua: ¡tac! ¡tac! La voz de un viejo que
entonaba un cantar, y la rueda del molino, resonaban detrás. Volvió el
mayordomo con las alforjas colgadas de un hombro:
—Aquí viene el yantar. La señora se levantó para disponerlo todo
por sus manos. Salvo su mejor parecer, podríamos aprovechar este
huelgo. Si cierra a llover no tendremos escampo hasta la noche.
La molinera se acercó solícita y humilde:
—Pondré unas trébedes al fuego, si acaso les place calentar la
vianda.
Puso las trébedes y el mayordomo comenzó a vaciar las alforjas:
Sacó una gran servilleta adamascada y la extendió sobre la piedra del
hogar. Yo, en tanto, me salí a la puerta. Durante mucho tiempo estuve
contemplando la cortina cenicienta de la lluvia que ondulaba en las
ráfagas del aire. El mayordomo se acercó respetuoso y familiar a la
vez:
—Cuando a vuecencia bien le parezca... ¡Dígole que tiene un rico
yantar!
Entré de nuevo a la cocina y me senté cerca del fuego. No quise
comer, y mandé al mayordomo que únicamente me sirviese un vaso
de vino. El viejo aldeano obedeció en silencio. Buscó la bota en el
fondo de las alforjas, y me sirvió aquel vino rojo y alegre que daban
las viñas del Palacio, en uno de esos pequeños vasos de plata que
nuestras abuelas mandaban labrar con soles del Perú, un vaso por
cada sol. Apuré el vino, y como la cocina estaba llena de humo,
salíme otra vez a la puerta. Desde allí mandé al mayordomo y a la
cocinera que comiesen ellos. La cocinera solicitó mi venia para llamar
al viejo que cantaba dentro. Le llamó a voces.
—¡Padre! ¡Mi padre!,..
Apareció blanco de harina, la montera derribada sobre un lado y
el cantar en los labios. Era un abuelo con ojos bailadores y la guedeja
de plata, alegre y picaresco como un libro de antiguos decires.
Arrimaron al hogar toscos escabeles ahumados, y entre un coro de
bendiciones sentáronse a comer. Los dos perros flacos vagaban en
torno. Fue un festín donde todo lo había previsto el amor de la pobre
enferma. ¡Aquellas manos pálidas, que yo amaba tanto, servían la
mesa de los humildes como las manos ungidas de las santas
princesas! Al probar el vino, el viejo molinero se levantó salmodiando:
—¡A la salud del buen caballero que nos lo da!...
De hoy en muchos años torne a catarlo en su noble presencia.
Después bebieron la mujeruca y el mayordomo, todos con igual
ceremonia. Mientras comían yo les oía hablar en voz baja. Preguntaba
el molinero adónde nos encaminábamos y el mayordomo respondía
que al Palacio de Brandeso. El molinero conocía aquel camino, pagaba
un foro antiguo a la señora del Palacio, un foro de dos ovejas, siete
ferrados de trigo y siete de centeno. El año anterior, como la sequía
fuera tan grande, perdonárale todo el fruto: Era una señora que se
compadecía del pobre aldeano. Yo, desde la puerta, mirando caer la
lluvia, les oía emocionado y complacido. Volvía la cabeza, y con los
ojos buscábales en torno del hogar, en medio del humo. Entonces
bajaban la voz y me parecía entender que hablaban de mí. El
mayordomo se levantó:
—Si a vuecencia le parece, echaremos un pienso a las mulas y
luego nos pondremos en camino.
Salió con el molinero, que quiso ayudarle. La mujeruca se puso a
barrer la ceniza del hogar. En el fondo de la cocina los perros roían un
hueso. La pobre mujer, mientras recogía el rescoldo, no dejaba de
enviarme bendiciones con un musitar de rezo:
—¡El señor quiera concederle la mayor suerte y alud en el mundo,
y que cuando llegue al Palacio tenga una grande alegría!... ¡Quiera
Dios que se encuentre sana a la señora y con los colores de una
rosa!...
Dando vueltas en torno del hogar la molinera repetía
monótonamente:
—¡Así la encuentre como una rosa en su rosal!
Aprovechando un claro del tiempo, entró el mayordomo a recoger
las alforjas en la cocina, mientras el molinero desataba las mulas y
del ronzal las sacaba hasta el camino, para que montásemos. La hija
asomó en la puerta para vernos partir:
—¡Vaya muy dichoso el noble caballero!... ¡Que Nuestro Señor le
acompañe!...
Cuando estuvimos a caballo salió al camino, cubriéndose la
cabeza con el mantelo para resguardarla de la lluvia que comenzaba
de nuevo, y se llegó a mí llena de misterio. Así, arrebujada, parecía
una sombra milenaria. Temblaba su carne, y los ojos fulguraban
calenturientos bajo el capuz del mantelo. En la mano traía un manojo
de yerbas. Me las entregó con un gesto de sibila, y murmuró en voz
baja:
—Cuando se halle con la señora mi Condesa, póngale sin que ella
le vea, estas yerbas bajo la almohada. Con ellas sanará. Las almas
son como los ruiseñores, todas quieren volar. Los ruiseñores cantan
en los jardines, pero en los palacios del rey se mueren poco a poco...
Levantó los brazos, como si evocase un lejano pensamiento
profético, y los volvió a dejar caer. Acercóse sonriendo el viejo
molinero, y apartó a su hija sobre un lado del camino para dejarle
paso a mi mula:
—No haga caso, señor. ¡La pobre es inocente!
Yo sentí, como un vuelo sombrío, pasar sobre mi alma la
superstición, y tomé en silencio aquel manojo de yerbas mojadas por
la lluvia. Las yerbas olorosas llenas de santidad, las que curan la
saudade de las almas y los males de los rebaños, las que aumentan
las virtudes familiares y las cosechas... ¡Qué poco tardaron en florecer
sobre la sepultura de Concha en el verde y oloroso cementerio de San
Clodio de Brandeso!
Yo recordaba vagamente el Palacio de Brandeso, donde había
estado de niño con mi madre, y su antiguo jardín, y su laberinto que
me asustaba y me atraía. Al cabo de los años, volvía llamado por
aquella niña con quien había jugado tantas veces en el viejo jardín sin
flores. El sol poniente dejaba un reflejo dorado entre el verde sombrío,
casi negro, de los árboles venerables. Los cedros y los cipreses, que
contaban la edad del Palacio. El jardín tenía una puerta de arco, y
labrados en piedra, sobre la cornisa, cuatro escudos con las armas de
cuatro linajes diferentes. ¡Los linajes del fundador, noble por todos
sus abuelos! A la vista del Palacio, nuestras mulas fatigadas, trotaron
alegremente hasta detenerse en la puerta llamando con el casco. Un
aldeano vestido de estameña que esperaba en el umbral, vino
presuroso a tenerme el estribo. Salté a tierra, entregándole las
riendas de mi mula. Con el alma cubierta de recuerdos, penetré bajo
la oscura avenida de castaños cubierta de hojas secas. En el fondo
distinguí el Palacio con todas las ventanas cerradas y los cristales
iluminados por el sol. De pronto vi una sombra blanca pasar por
detrás de las vidrieras, la vi detenerse y llevarse las dos manos a la
frente. Después la ventana del centro se abría con lentitud y la
sombra blanca me saludaba agitando sus brazos de fantasma. Fué un
momento no más. Las ramas de los castaños se cruzaban y dejé de
verla. Cuando salí de la avenida alcé los ojos nuevamente hacia el
Palacio. Estaban cerradas todas las ventanas: ¡Aquella del centro
también! Con el corazón palpitante penetré en el gran zaguán oscuro
y silencioso. "
viernes, 5 de marzo de 2021
Las Partículas Elementales Novela de Michel Houellebecq
Reseña
Mediados del siglo XX.
Dos hermanastros, Bruno y Michel, descuidados por su madre, Janine, una mujer liberada que se integra en los movimientos de libertad sexual y drogas de los años sesenta, son criados el uno en un internado y el otro por su abuela paterna.
Bruno se hace docente en literatura y vive obsesionado por la actividad sexual, quizás por los traumas sufridos en su niñez.
Michel, demasiado cerebral, es un científico en biología molecular, se ha aislado de cualquier vida social y se ha olvidado de la vida sexual.
Michel, después de descubrir importantes posibilidades en la genética humana es reconocido como un gran investigador y sus teorías son difundidas y aceptadas mundialmente, dando paso a una evolución programada de la humanidad.
En el siglo XXI, una humanidad con mutaciones programadas ¿sentiría nostalgia de sus antepasados que a pesar de sus fracasos y frustraciones, buscaban o trataban de encontrar su felicidad de forma natural?
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